Ayer domingo fue el día mundial del orgullo friki, una
jornada a la que Sevilla debería prestar más atención institucional pues lleva
años instalada en lo que podría definirse como el frikismo intelectual, una
versión del pensamiento políticamente correcto pasada de frenada e interpretada
bajo pautas de catetismo con ínfulas y sobre una base de ignorancia supina. La
aplicación de este concepto ha dado como resultado una ciudad tuneada que
tiene en el movimiento de la ‘nueva escultura urbana’ su principal orgullo;
friki, naturalmente. Pasen y vean.
La cosa que hay frente al Canódromo.
En el proceso de modernización de Sevilla hay un antes y un
después de la Exposición Universal de 1992. En el proceso de catetización de
Sevilla, también. Porque todo esto de lo que hoy vamos a hablar empezó
entonces, cuando la ciudad anduvo enfrascada en fastos conmemorativos,
hermanamientos culturales, reconciliaciones históricas, peticiones de perdón
por lejanos oprobios y exaltaciones de la amistad que dieron lugar a una
borrachera escultórica que, tres lustros después, aún mantiene embriagados
nuestros sentidos del gusto, el tacto y la vista. Con decir que entonces se
levantó un monumento al general San Martín -gran traidor que después de haber
luchado contra la invasión francesa se trasladó a su América natal para
abanderar la independencia de los criollos- se dice todo.
Er Güevo de Colón
Pero volvamos al principio. En 1992, Alejandro Rojas Marcos
regía los destinos de la ciudad como alcalde. Ese año, la ciudad de Moscú regaló
a Sevilla una macroescultura del escultor-ingeniero Zurab Tsereteli
representando a Cristóbal Colón inserto en un maxihuevo, cuando se supo que el
Ayuntamiento decidió ubicarla junto a la depuradora de San Jerónimo, o sea, lo
más lejos posible, un periodista preguntó a Rojas Marcos por qué no se ponía en
un sitio mejor.
-‘Hombre, no la vamos a poner en la Palmera’, dijo con
retranca el regidor municipal.
Por aquel entonces aún quedaban esperanzas. Pero eran vanas,
pues bajo el gobierno de ese mismo alcalde iba a comenzar el proceso de
diseminación de los infinitos micromonumentos que constituyen el vanguardista
movimiento hispalense de la ‘nueva escultura urbana’, del cual Sevilla es hoy
en día un abarrotado museo, y cuyo último hito ha sido el erigido en memoria de
la Madre del Rey (una señora que debería merecer más respeto) a las puertas de
la Real Maestranza.
Todo iba a comenzar con la colocación frente a la Cartuja,
nada menos que en una de la principales entradas a la ciudad, de la réplica del
Atomium de Bruselas que Bélgica regaló a Sevilla con motivo de la Expo.
Réplica, evidentemente, a escala. Porque el ridículo tamaño de ese Atomium, más
que para un monumento, da para un pisapapeles. Y dado que no había con qué
pisarlos, los papeles se acabaron perdiendo. Poco después se erigió junto a la
avenida de Kansas City el regalo que aquella ciudad hermana nos hizo el
infausto año de la Expo: un indio comanche que desde entonces atisba a los
rostros pálidos que bajan por la calle Greco. Aquello, en realidad, parece un
mausoleo en honor de Manitú, sempiternamente adornado como está con roscos de
flores en recuerdo a los caídos en los accidentes ocurridos en el cruce donde
se levanta ese indio de tamaño académico. Por cierto que las víctimas de los
accidentes de tráfico también tienen un monumento reciente en Sevilla, ¿no van
a tenerlo? Si lo tiene el movimiento obrero, los alfareros de Triana o las
personas mayores del Polígono Sur. Claro que el de las víctimas de accidentes
es un monumento hecho por triplicado que cuenta con otras dos copias en Málaga
y Madrid; por lo visto el autor estaba de oferta: tres esculturas al precio de
una, eso sí, iguales. Barato pero no tonto.
El indio la calle Greco
Abierta la veda y rebajadas las exigencias –ya no hacía
falta ser Susillo, Sánchez-Cid o Coullaut-Valera para esculpir una estatua,
ponerle un pedestal y que en Sevilla lo llamasen monumento- se formaron
infinidad de comisiones, con Rafael Alvarez Colunga y la Duquesa de Alba al
frente de la tropa, para erigir estatuas a quien fuera menester. Así fue como
se levantaron los monumentos, a cual más horripilante, de Pepe Luis y Manolo
Vázquez, Juan de Mesa, Pastora Imperio, Curro Romero, Antonio Machín, la
Afición del Betis, Juan Manuel Rodríguez Ojeda, Clara Campoamor o el fundador
de la República Dominicana, Juan Pablo Duarte, que en gloria esté. Sólo algún
extraño milagro acabó impidiendo que además se levantara en la Plaza del Pan un
monumento al costalero, aunque nadie descarte que eso ocurra alguna vez.
Las quejas y los amagos de tomar medidas, establecer
controles de calidad y cosas por el estilo sólo aparecieron cuando surgió la
iniciativa de dedicar un monumento a alguien tan políticamente incorrecto como
el Papa Juan Pablo II. Tarde, sin embargo, llegaron las críticas del delegado
de Cultura, Bernardo Bueno, y el propósito de enmienda municipal. A estas
alturas, Sevilla ya está infestada de mamarrachos –no se pueden llamar de otra
manera- entre los que sólo se echa en falta un busto del Chikilikuatre, el vero
icono de la España y la Sevilla actual. Una ciudad que cada día parece estar
más orgullosa de ser friki. Pues nada, el año que viene habrá que celebrarlo.
Se publicó en El Mundo de Andalucía el 26 de mayo de 2008.
Próximamente: Antología del mamarracho.
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