domingo, 4 de marzo de 2012

LA PLAZA DE LA GAVIDIA




SOBRE HÉROES Y TUMBAS

Hoy se cumplen setenta y cinco años del comienzo de la Guerra Civil española. En cierto modo, todo aquel desastre empezó exactamente aquí; en esta plaza de Sevilla que rezuma derrota por todas partes. Era la hora del almuerzo de un tórrido sábado de verano.




Daoiz, desde su inmortalidad de bronce, no pudo verlo entrar en el viejo edificio de Capitanía, porque, tal y como estaba planeado, lo hizo por la puerta de atrás. La que da a la calle Jesús del Gran Poder, que entonces se llamaba, como antaño, Palmas. En el siglo XVI, Luis de Peraza cuenta en su ‘Historia de Sevilla’ que recibió tal nombre por las que en sus aceras hubo plantadas y que, habiendo sido taladas, la gente usaba los muñones que de sus troncos quedaron como bancos para sentarse a descansar.
En el bolsillo del pantalón de su uniforme de general llevaba una pistola Walther del 7,65. Su favorita. Puede que todavía no fuera la una y media de la tarde. Había salido a la una y cuarto del hotel Simón, donde se hospedaba, ubicado en la calle García de Vinuesa, y el coche en el que lo llevó su ayudante Alfonso Carrillo Durán no pudo tardar más de diez minutos en cubrir la distancia que mediaba entre el Arenal y la Gavidia. Por aquel entonces no había peatonalización que lo impidiese, por más que la mayoría de la gente fuera andando a todas partes. El caso es que allí estaba, entre la penumbra, decidido a jugárselo todo a una carta. A vida o muerte. 

 Queipo de Llano rodado por sus compañeros de sublevación el 18 de julio de 1936 en Sevilla.


El general Queipo de Llano estaba resuelto a tomar el mando de la Capitanía General de Sevilla. Y lo hizo. Encerró en un despacho a sus mandos y, junto a un grupo de conjurados, puso en marcha el levantamiento militar que acabaría, a sangre y fuego, con la aventura de la Segunda República. La Guerra Civil española; la última guerra civil española, acababa de empezar.



Tres cuartos de siglo después, el edificio donde tuvieron lugar aquellos hechos es la sede de la Consejería de Gobernación y Justicia de la Junta de Andalucía; toda una paradoja. Aunque la vida no deja de ser una larga sucesión de paradojas. La plaza de la Gavidia es, en sí misma, una particularmente triste, pues en ella se rinde homenaje a grandes derrotados. El kilometro cero de esa gran derrota nacional que fue la Guerra Civil española está presidido por una estatua de Luis Daóiz, héroe de una batalla perdida, la del 2 de mayo de 1808 contra las tropas invasoras de Napoleón Bonaparte. Luis Daoiz nació precisamente en esta plaza, en una casa que ya no existe. Una monumental lápida recuerda una cosa y otra junto al decimonónico edificio, antaño sede del poder militar y hoy en día del civil que se levanta en uno de sus laterales, oculto, como queriendo pasar desapercibido, entre matas de jazmines. Fue al colegio de San Hermenegildo, luego cuartel, que naturalmente tampoco existe hoy en día, y se hizo artillero. El resto, ya lo sabemos.

 Detalle del monumento a Daoiz, de Antonio Susillo. Relieve sobre los sucesos del 2 de mayo.


La estatua de Daoiz, con su imponente pie que sobresale del pedestal, así como los relieves que adornan a éste, son obra del escultor Antonio Susillo, otro gran derrotado. Hombre genial y, como suele ser habitual en esta ciudad, en absoluto valorado en la medida que sería justo de acuerdo a los méritos que tan sobradamente demostró. Su tormentosa existencia, que tanto arte proveyó a Sevilla, tuvo un dramático punto y final en San Jerónimo junto a la orilla del Guadalquivir, donde se descerrajó un tiro. Ya hablamos de aquello cuando contamos su historia al visitar la calle que lleva su nombre y en la que también estuvo el taller de otro gran escultor, Antonio Illanes, que por supuesto también fue víctima de la piqueta.
La plaza de la Gavidia lleva la derrota hasta en su nombre. Una derrota, en este caso, ortográfica, pues en realidad debería llamarse Gaviria, el apellido de una familia de noble linaje que había residido en ella y que le dio nombre desde 1704. Esta errata fue entronizada en el nomenclátor hispalense el año 1931, cuando se le cambió el nombre a la plaza por última vez, después de que en 1862 se le cambiase el nombre de Gaviria por el de Infante Don Felipe, en honor del hijo de los Duques de Montpensier, y en 1868, se le rebautizara con el apellido Calatrava en honor del político liberal José María de Calatrava.

 Sobre el fondo del edificio 'setentero', el monumento a Daoiz. Descubran la pelota 'embarcada' entre las piernas del prócer.


 La plaza de la Gavidia también sufrió la derrota en sus muros. En los propios y en los aledaños. Ninguna de las dos casas que Collantes de Terán y Rodriguez Estern recogen en su vademécum de arquitectura civil sevillana siguen en pie. Ambas fueron sustituidas por mamotretos setenteros de corte genuinamente provincianos.

La cruz de guía del Gran Poder llegando a la Gavidia.

Hay un último derrotado del que aún no hemos hablado que también pasa una vez al año por esta plaza dedicada a héroes que no ganaron ninguna guerra. Es un hombre que camina bajo el peso agobiante de un madero y lleva la vista, aparentemente perdida. Ese derrotado es, empero, la última esperanza para muchos otros a quienes también persigue la desgracia. Un hombre que al pasar por la Gavidia persigue el amanecer. Tras él llega la claridad de un nuevo día, eso es precisamente lo que buscan quienes le salen al paso y cruzan con él la mirada. Quizá sea a él a quien debamos pedirle que nunca más vuelva a haber un mediodía como el de aquel sábado de hace justo hoy setenta y cinco años.

Se publicó en El Mundo de Andalucía el 18 de julio de 2011