A continuación, podrán leer las breves palabras que pronuncié en el acto.
Excelentísimo señor Duque de Segorbe, señores capitulares,
señoras y señores, compañeros... del metal, querida familia, amigos todos.
Está
de moda en los tiempos que corren, sin duda convulsos y procelosos, redactar
memoriales de agravios inspirados por ese sentimiento que jamás llevó a ninguna
parte llamado rencor.
Tal
vez por eso me haya resultado tan grato escribir los agradecimientos con los
que necesariamente han de iniciar mis palabras. Son muchos, lo sé, pero eso es
precisamente lo que más gratificante me resulta: descubrir la cantidad de
personas con las que comparto aprecio mutuo y a las que puedo llamar amigos.
Gracias,
en primer lugar, a nuestro anfitrión, Don Ignacio Medina y Fernández de
Córdoba, Duque de Segorbe y presidente de la Fundación Medinaceli, por la
fundamental colaboración prestada y también por abrirnos las puertas de esta
Casa de Pilatos, donde esta noche tengo el privilegio y la honra de
presentarles este libro. Si durante mucho tiempo la calle José Gestoso fue el
centro geográfico de Sevilla, la Casa de Pilatos no ha dejado jamás de ser su
centro magnético, pues dentro de estos muros se guardan muchas de las claves y
porqués del misterio y los ritos, de la forma de ser, en suma, de Sevilla y los
sevillanos. Un libro como éste no podía presentarse en sitio mejor ni más a
propósito.
Gracias
a María José García y Germán Alvarez Beigbeder, de Abec Editores, por haber
creído en este libro, por haberlo cuidado poniéndolo en las magistrales manos
de Paco Portillo y, sobre todo, por haberlo esperado durante tanto tiempo.
Gracias
a Doña Enriqueta Vila Vilar, directora de la Real Academia de Buenas Letras de
Sevilla, académica de la Real de la Historia, americanista de reconocido
prestigio, compañera de inquietudes en el Foro Al Andalus, pero sobre todo
buena amiga, por su prólogo, que prestigia la obra, como también prestigia este
acto con su presencia y sus palabras.
Gracias
a mi viejo amigo, compañero y ahora jefe supremo, o casi, Joaquín Durán, por
haber aceptado mi petición para estar con nosotros esta noche y hacer tan
magnífica presentación.
Gracias
al diario El Mundo de Andalucía y su director don Francisco Rosell, pues fue
precisamente en las páginas de este periódico, con el que tengo el placer
profesional de colaborar asiduamente desde hace catorce años, donde se publicó
la primera versión de los capítulos de este libro, si bien en éste aparecen
notablemente alterados, lo cual básicamente se debió a la intervención de mi
estimado compañero y amigo, el redactor jefe del diario ABC Javier Rubio, quien
le dio el primer repasito, término que puede y debe ser interpretado en
cualquiera de sus múltiples acepciones. Gracias le sean dadas también por ello.
Gracias
a los coleccionistas que han aportado esa parte esencial del libro que son las
valiosas y curiosísimas fotografías y grabados que lo ilustran: a Don Ignacio
Medina, a don Carlos Sánchez, a don Miguel Angel Yáñez Polo y a Don Manuel
Moreno Ramos...
Igualmente,
debo expresar mi mas sincero agradecimiento a dos personas que han contribuido
con datos y documentación de enorme valor para mi trabajo: Blanca
Torres-Ternero, responsable de comunicación del Colegio de Arquitectos Técnicos
y Aparejadores, y Manuel Jesús Roldán, historiador hispalense y rancio mayor
del reino por la Gracia de Dios.
Asimismo,
debo dar las gracias a quienes han colaborado en la organización de este
sencillo acto, que aunque sencillo nunca es fácil, empezando por el personal de
la Casa de Pilatos, el departamento técnico de Canal Sur Radio, con Santiago
Jiménez al frente, y mis queridos amigos Enrique Osborne, Carlos Telmo y
Consuelo Rodríguez.
Y,
finalmente, quiero dar las gracias a la muralla que me protege de todos los
males del mundo, la que soporta las acometidas de mi estrés y eleva mi ánimo al
más alto de sus torreones cada vez que cae al foso donde nadan los cocodrilos
del desánimo, a mi familia. A mis padres, a mis hermanos y, sobre todo, a mi
mujer Isa y a mis hijos Ignacio, Raúl y Juan Miguel, a quie dedico esta obra
pues él me abrió la puerta de la suprema experiencia de la vida: ser padre.
En
las páginas de este libro les propongo un viaje sentimental alrededor de una
ciudad que ya no existe; una ciudad que posiblemente ni siquiera llegó a
existir jamás. Es esa Sevilla que se proyecta en mi imaginación a partir de la
lectura de los viejos libros de historia. Y ya se sabe que la imaginación tiene
un cierto sesgo tergiversador, pues acostumbra a acomodar los hechos a su
antojo. La Sevilla que halle en estas páginas el lector será, por eso, una
ciudad doblemente tergiversada: por mi imaginación y por la suya.
Naturalmente
que en este libro se pormenorizan datos históricos y relatan hechos
fehacientes, pero en ningún caso con pretensión exhaustiva ni voluntad de
erudito. No es la misión de un periodista que, simplemente, salió a dar un
paseo alrededor de una ciudad amurallada y ahora le tiende al lector la mano
para que lo acompañe.
Inevitablemente,
en estas páginas aparecen retratadas mis obsesiones y manías con respecto a la
ciudad; he tratado de reprimirme, pero aparecen. Y también aparecen retratados
mis particulares fantasmas. Fantasmas. Debo en este punto revelarles que Javier
Rubio me reconvino por usar en demasía el término. Así que el libro está lleno
de espectros, ectoplasmas, trasgos, espíritus, almas en pena y, por supuesto,
fantasmas; que esos en Sevilla nunca han de faltar.
Otro
compañero, Antonio Cattoni, dice haber descubierto un punto nerudiano en el
título; eso de 20 maneras de entrar en Sevilla, y, aunque de forma consciente
no lo pretendí, debo reconocer que algo de razón lleva, pues en efecto, cada
uno de los veinte capítulos en que el libro se divide es en cierto modo un
poema de amor, mientras que el conjunto de todos ellos viene a resultar una
canción desesperada; el ucrónico lamento de quien llora la pérdida de lo que
nunca tuvo, porque ni llegó a conocer.
Hay,
es verdad, en este libro mucho de esa nostalgia por lo no vivido que
describieron Rafael Montesinos y Antonio Burgos; pero no es la nostalgia que
pueda sentirse por lo que deberá irse y aún no ha llegado, sino la que
despierta aquello que pudo y debió haber sido, pero no fue. No es, sin embargo,
esta nostalgia tan melancólica ni estéril como pueda parecer, porque no es
exactamente la que se siente por algo que no tiene ya remedio.
He
tratado de demostrar que aún es posible vivir hoy ese pasado que no pudo ser
presente y que vivirlo tiene, además, sentido.
Vuelvan,
pues, sobre los pasos del tiempo y adéntrense en la inquietante penumbra del
Patín de las Damas, junto a la Puerta de la Barqueta, allá donde la ciudad
recibía a portagayola la primera embestida del río, junto a la orilla donde
Bécquer soñó que estaría la tumba anónima en la que habrían de reposar
eternamente sus huesos; crucen el señorial arco de la monumental Puerta de
Triana e imaginen a la Estrella inaugurando bajo su vano la noche del Domingo
de Ramos; asistan en la Puerta de Carmona al majestuoso encuentro de la muralla
y los caños que traían el agua de Alcalá de Guadaíra; mézclense con la grey de
cortabolsas, burladores, mareantes, indianos y rameras que pululan en la Puerta
del Arenal por el predio de la Garduña; huelan el aroma de la miel y las
especias que se escapa del barrio de la Judería junto a la Torre del Agua;
persigan el primer rayo de sol que se cuela en la ciudad por entre las almenas
para ir a dar justo en la casa donde nació Sor Angela; vean cuán joven era
entonces esa muchacha que atraviesa la muralla y la florece al pasar bajo el
Arco de la Macarena; descubran toda la verdad que se oculta tras una hermosa
mentira en la puerta de Córdoba; comprendan por qué las sombras del barrio de
San Bartolomé, como aquella que una noche vieron en la calle Verde, tienen que
filtrarse por las paredes porque la Puerta del Jabón ya no está en la calle
Tintes. Y miren cómo la corriente del Tagarete viene regando los pies de la
Puerta Jerez. Y a los chavales de San Bernardo, capeando los toros que pasan
junto a la Puerta la Carne camino del matadero; allá arriba lo pone bien claro
en una lápida S. P. Q. H. Sí esto es Sevilla. Una Sevilla que dejó de ser pero
que ahora ha vuelto a serlo, aunque sea tergiversada e incierta en nuestra
imaginación; es verdad que en la Puerta Osario alguien ha puesto un letrero que
dice ‘esta es la ciudad de la confusión y el mal gobierno’, nada, sin embargo,
que no pueda hacer olvidar un buen trago de vino en la taberna el Punto.
El
hecho de evocar todo aquello que encerraban esas viejas murallas que hoy
habrían sido el mayor monumento de Sevilla de no haber sido derruidas con la
ingenua pretensión de abrirle paso al progreso, bien podría servirnos hoy en
día para derribar esas otras murallas, mucho más altas e inexpugnables, que son
las que en verdad han separado siempre esta ciudad de un futuro mejor: las
murallas de la incultura, la indolencia y el arribismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario