Esta semana sale a la luz mi nuevo libro: '20 maneras de entrar en Sevilla', dedicado a las puertas que antaño tuvo la muralla de la ciudad. Aquí os dejo como avance su introduccción. Espero que os anime a leerlo.
INTRODUCCIÓN
Las crónicas más antiguas refieren la existencia en
Sevilla de una muralla prácticamente desde su misma fundación. El hecho de que
la ciudad fuera emplazada sobre un no muy alto promontorio rodeado de una gran
llanura fluvial la hacía vulnerable ante cualquier ataque, de ahí que no
resultara muy conveniente mantenerla desguarnecida y, por tanto, expuesta a las
belicosas apetencias ajenas. El único modo que entonces se conocía de conjurar
ese peligro era levantar a su alrededor un muro protector.
De la época romana, concretamente del año 49 antes
de Cristo, data la primera referencia hallada sobre la existencia de una
muralla en Hispalis. Se trata de la que supuestamente mandó construir Julio
César, quien había estado por aquí veinte años antes luchando contra los
lusitanos. De esa muralla se han encontrado algunos vestigios sepultados en
zonas del centro de la ciudad, como la calle Laraña o las proximidades del
templo de Santa Catalina. Naturalmente, los de la muralla romana nada tienen
que ver con los restos aun visibles de la que sería levantada por los almohades
muchos siglos después de la conquista islámica de Sevilla.
Sobre la autoría de esta muralla existe una cierta discusión
en torno a la posibilidad de que los almorávides pudieran haber participado en
su construcción, sin embargo, la opinión hoy más extendida la atribuye
exclusivamente a los citados almohades, por lo que estaríamos hablando de una
obra tardía dentro del período de dominio musulmán.
Para su construcción se utilizó un material
denominado tapial y una metodología consistente en colocar dos tableros de
madera verticales y paralelos, separados a una distancia igual al grosor que se
quiso dar al muro, sujetos el uno al otro por medio de unos palos de madera, a
modo de travesaños, llamados ‘agujas’. Se creaba así un molde que luego era
rellenado con el tapial, a la sazón una amalgama formada por piedras, piezas de
ladrillo o cerámica, arena y mortero de cal. Como se ha podido constatar en los
restos de la muralla llegados hasta nuestros días, este sistema constructivo
provocó diferencias de calidad en los muros, fundamentalmente dependiendo de la
distancia a la que estuvieran del río, debido a la posibilidad de usar más o
menos cal, más o menos guijarros.
La construcción de la muralla fue una obra colosal
para su época. Con una anchura de dos metros y medio, sus paredes cubrían un
perímetro de 7314 metros, englobando una superficie de trescientas hectáreas y
estableciendo las lindes definitivas del casco histórico de Sevilla, si bien
buena parte del mismo en aquel primer momento aún permanecía básicamente sin
urbanizar y destinado a uso agrícola, llegando en ese mismo estado hasta bien
entrado el siglo XIX.
La muralla fue concebida como una máquina militar,
un instrumento para la defensa de la ciudad, de ahí que en su origen presentara
diferencias notables con respecto a la que hemos conocido a través de grabados.
Diferencias que, precisamente, atañían sobre todo a la configuración de las
puertas, en cuyo diseño se hacía particularmente patente el sello islámico de
sus constructores, aunque también contaba con otro tipo de pertrechos, como
fosos inundados y puentes levadizos para salvarlos, que acentuaban aún más esas
diferencias.
El historiador Alonso Morgado, que llegó a conocer las puertas de la época islámica, dice al describirlas que contaban con ‘revellines’ y ‘revueltas’. Los revellines eran una especie de barbacana o muro anterior que cubriría el frontal, mientras que las revueltas aludían al acceso en recodo, característico de la cultura islámica, con dos puertas situadas en un ángulo de noventa grados. Por lo tanto, las puertas de la muralla no se abrían originalmente hacia el frente, sino que más bien consistían en un saliente al cual se accedería por uno de sus laterales, y una vez dentro se pasaba al interior de la ciudad a través de la otra puerta situada en perpendicular a la primera. Como resulta evidente, las primitivas puertas de la muralla no tenían nada que ver con esos arcos triunfales que luego se abrieron en ella durante la primera gran transformación a la que fue sometida De las cuatro que hoy en día siguen en pie, sólo una de ellas, la de Córdoba, mantiene las trazas originales. Todas las demás, incluso aquellas que serían derribadas en el siglo XIX, fueron objeto de una transformación que si la analizásemos con los criterios actuales de conservación del patrimonio sería catalogada como una agresión en toda regla a un monumento. Sin embargo, nadie consideraba entonces a la muralla como un monumento; era sólo un equipamiento público más, como hoy podrían ser el alumbrado público, las señales de tráfico o el alcantarillado.
El historiador Alonso Morgado, que llegó a conocer las puertas de la época islámica, dice al describirlas que contaban con ‘revellines’ y ‘revueltas’. Los revellines eran una especie de barbacana o muro anterior que cubriría el frontal, mientras que las revueltas aludían al acceso en recodo, característico de la cultura islámica, con dos puertas situadas en un ángulo de noventa grados. Por lo tanto, las puertas de la muralla no se abrían originalmente hacia el frente, sino que más bien consistían en un saliente al cual se accedería por uno de sus laterales, y una vez dentro se pasaba al interior de la ciudad a través de la otra puerta situada en perpendicular a la primera. Como resulta evidente, las primitivas puertas de la muralla no tenían nada que ver con esos arcos triunfales que luego se abrieron en ella durante la primera gran transformación a la que fue sometida De las cuatro que hoy en día siguen en pie, sólo una de ellas, la de Córdoba, mantiene las trazas originales. Todas las demás, incluso aquellas que serían derribadas en el siglo XIX, fueron objeto de una transformación que si la analizásemos con los criterios actuales de conservación del patrimonio sería catalogada como una agresión en toda regla a un monumento. Sin embargo, nadie consideraba entonces a la muralla como un monumento; era sólo un equipamiento público más, como hoy podrían ser el alumbrado público, las señales de tráfico o el alcantarillado.
La importante reforma que para la muralla significó
la modificación radical de sus puertas estuvo propiciada por una evolución en
su finalidad que, sin dejar de ser defensiva (pues aún protegía la ciudad de
las crecidas del río y también, aunque no con demasiada efectividad, de
epidemias), adquirió un carácter más administrativo, estableciéndose como una
linde o frontera del municipio, en cuyas puertas, que se abrían al salir el sol
y cerraban al caer la noche, debían pagarse tributos para introducir mercancías
en la ciudad.
Además, cuatro de las puertas, aquellas que miraban hacia los puntos cardinales, cumplían también una función simbólica, estableciéndose como puntos de referencia para los límites geográficos de la Diócesis de Sevilla. El abad Sánchez Gordillo los señala en su libro sobre los Arzobispos. ‘Al Oriente, la de Carmona, y por ella alcanza quince leguas hasta la ciudad de Ecija; al Mediodía, la de Xerez, y por ella veinte leguas hasta el Puerto de Santa María; al Septentrión, la de la Macarena, y por ella quince leguas hasta San Nicolás del Puerto; al Occidente, la de Triana, y por ella veinte y cinco leguas hasta Ayamonte’. Ocho ciudades y ciento ochenta villas y lugares comprendía la jurisdicción antaño gobernada por el prelado hispalense.
Además, cuatro de las puertas, aquellas que miraban hacia los puntos cardinales, cumplían también una función simbólica, estableciéndose como puntos de referencia para los límites geográficos de la Diócesis de Sevilla. El abad Sánchez Gordillo los señala en su libro sobre los Arzobispos. ‘Al Oriente, la de Carmona, y por ella alcanza quince leguas hasta la ciudad de Ecija; al Mediodía, la de Xerez, y por ella veinte leguas hasta el Puerto de Santa María; al Septentrión, la de la Macarena, y por ella quince leguas hasta San Nicolás del Puerto; al Occidente, la de Triana, y por ella veinte y cinco leguas hasta Ayamonte’. Ocho ciudades y ciento ochenta villas y lugares comprendía la jurisdicción antaño gobernada por el prelado hispalense.
Lamentablemente, la mayor parte de las puertas de la
muralla, así como ésta, no han llegado hasta nuestros días, pues casi todas
fueron derribadas durante la revolución liberal de 1868 en un proceso que,
además de estar plagado de irregularidades, significó una gran pérdida
patrimonial para Sevilla.
Ochos siglos de avatares tal vez fueran demasiado
enemigo para esa fortificación, gran parte de la cual acabó cayendo rendida. No
obstante, y como evidencia de su magnitud, de ella queda aún en pie mucho más
de lo que aparentemente se ve. Las páginas que aquí comienzan invitan al lector
a descubrirlo.
Hola Juan Miguel
ResponderEliminar¿Te ha sido difícil encontrar fotografias y grabados?
Hay alguno inédito?
Deseando leerlo. Un abrazo.
Gracias, Juanmi. Lo leeré con avidez. Qué interesante manual para disfrutarlo entre las calles, plazas y puertas de la ciudad que nos cobija.
ResponderEliminarPues nada, Juanmi, esperando esa cucharada sobre la historia de la mujer que un día nos enamoró.
ResponderEliminar¿ Dónde es la presentación? Gracias.
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