La calle Don Remondo se llamó Horno de las Brujas pues cerca
de ella aparecieron unos misteriosos subterráneos donde los antiguos situaban
las ‘escuelas de magia diabólica de los moros’. Se tardó siglos en averiguar
que no eran sino restos de unas termas romanas.
Calle Argote de Molina, donde estaba el legendario 'Horno de las Brujas'
La leyenda urbana describe el subsuelo de Sevilla como una
laberíntica trama de pasadizos secretos y galerías ocultas que recorren la
ciudad en todas direcciones. Túneles para trasladar el oro traído de América
desde el río hasta un lugar seguro, corredores subterráneos que salvan toda
clase de obstáculos, incluido el Guadalquivir, para comunicar castillos o
fortalezas militares; minas horadadas por avaros judíos con el fin de ocultar
en ellas sus ricos tesoros y, por supuesto, misteriosas estancias soterradas
que servían de escondrijo y guarida a brujas, demonios y seres del más allá.
Hay leyendas sobre túneles que llegan hasta San Juan de
Aznalfarache, de comunicaciones subterráneas que, partiendo de la Giralda, se
dirigen hacia todas las iglesias de la ciudad. Raro es el palacio o el templo
en el que no se refiere la existencia de algún misterioso pasadizo secreto.
Todas las culturas que se instalaron en Sevilla habrían
realizado su contribución a esa misteriosa red de comunicaciones subterránea.
Desde los romanos, los árabes y los cristianos medievales hasta cierto
potentado contemporáneo que ha comunicado discretamente varias de sus
propiedades a través de unos pasillos abiertos bajo la piel de la ciudad.
Apeadero de la Casa de los Pinelo, desde el que se puede acceder a unos subterráneos
Defensor de la existencia de esa intrincada red de galerías
subterráneas, el historiador José María de Mena propuso hace años explorarla
detenidamente; empresa para la que, en su opinión, sería necesario adoptar
ciertas precauciones, entre ellas, proveerse de
‘armas de caza mayor’ en previsión de que ahí debajo los exploradores pudieran toparse con
alguna sorpresa desagradable en forma de bicho poco amistoso.
Un día más, hemos de citar en esta página al divulgador
decimonónico Alfonso Alvarez-Benavides, quien en sus artículos periodísticos
recopilados en el libro ‘Curiosidades Sevillanas’, editado por la Universidad
Hispalense y la asociación de libreros de viejo, refiere la existencia, y aún
describe los detalles, de una buena porción de esos misteriosos subterráneos.
Lo cual no quiere decir que en todos los casos su pormenorizado relato los libere del halo fantasioso y
legendario que los envuelve. Especialmente, en el caso del subterráneo que
asegura existe bajo la iglesia de San Nicolás, el cual estaría comunicado con la
iglesia de la Trinidad, lo cual implicaría un pasadizo de más de un kilómetro,
suponiendo que fuera en línea recta.
Habla también Alvarez-Benavides, y esta vez lo describe con
bastante detalle, de una construcción subterránea, compuesta por varias galerías
y salas, en una de las cuales se halló una piedra circular que habría servido
de mesa -quién sabe para qué tipo de secretos rituales-, que fue descubierta en 1864 con ocasión del derribo de la Puerta de la
Barqueta. En su opinión, tal obra pudo haber sido de origen romano. Lo curioso,
sin embargo, es la ubicación de la misma, prácticamente extramuros.
Ya en el interior de la ciudad, refiere el divulgador la
existencia de unos subterráneos en la calle Rodrigo Caro, a los que se accedía desde algunas casas cuyos propietarios cegaron las puertas que comunicaban con ellos, convencidos de que
por aquellos pasadizos sólo podían transitar demonios. Una creencia que habría
avalado, de ser cierto, el descubrimiento que, según nuestro autor, se produjo
en la calle Mateos Gago, llamada entonces de la Borceguinería, donde durante
unas obras se encontró una puerta que conducía a una estancia de planta
octogonal en el centro de la cual había una mesa de mármol negro alrededor de
la cual había varios esqueletos humanos sentados en unos escaños de piedra.
Los antiguos no consideraban nada extraño la existencia de
tan misteriosas estancias en esta zona de la ciudad, pues en la misma no sólo
habían vivido los moros, sino también seres de peor catadura aún: los judíos.
De ese modo, fue habitual que proliferasen leyendas sobre la existencia de tesoros
que los hebreos mantenían escondidos y de cuyo paradero no quisieron dar
noticia a quienes los acabarían masacrando. A este respecto, Alvarez Benavides cuenta la
hilarante historia de unos tipos que, excavando en busca del tesoro de un judío, lo que
acabaron encontrando fue un pozo negro que hicieron estallar con sus golpes, viniéndoseles encima todos los detritus que desde antiguo contenía.
De todos los subterráneos de los que habla la leyenda, el
único del que se ha comprobado su existencia y ha podido ser objeto de un
estudio más o menos detenido, fue el que se halló en el siglo XVI bajo una casa
de la calle Abades y que el vulgo conoció durante siglos como el Horno de las
brujas, pues un erudito como Gonzalo Argote de Molina aseguraba que allí
estuvieron las ‘escuelas de magia diabólica que tuvieron los moros’. Rodrigo
Caro, todo un pionero de nuestra arqueología, refirió el ‘temor y espanto’ que
sintió al penetrar en tan lóbrega edificación y recorrer sus galerías. Sin
embargo, ya en el siglo XIX, una vez que la Ilustración y el Liberalismo habían
hecho efecto, empezó a verse aquello con otros ojos. Bernard y Elena Wishaw,
dos ingleses que vivían en la cercana calle Ángeles, donde poseían una
interesante colección arqueológica, sostenían que se trataba de un templo
tartésico dedicado al sol. Y ya José Gestoso apunta la tesis definitiva de que
se trataba de unas termas romanas, cosa que han corroborado las investigaciones
más modernas.
Palacio de Bustos Tavera, de donde partía un pasadizo subterráneo, hoy tapiado.
Hay, no obstante, noticias, indicios y datos de que nuestro
patrimonio subcutáneo no se queda ahí. En la calle Bustos Tavera, por ejemplo,
se han encontrado tramas subterráneas de origen y destino desconocido. Vecinos antiguos
aseguran haberlas recorrido, comprobando que llevaban, cuando menos, desde el ex convento de la Paz hasta
el monasterio de Santa Paula. Quizá la hipótesis de José María de Mena no era tan
descabellada. Lo cierto es que ahí abajo, en lo más profundo, existen
cosas que desconocemos. Un mundo ignoto que, sólo si nos atrevemos a penetrar en él alguna vez, podremos
saber si merece o no la pena, si debe o no darnos miedo.
Me gustaría saber más sobre lo encontrado en el subsuelo de la calle Abades, creo que hubo un intento de investigar ese subterráneo y se abandonó por su estado de derribo.
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