domingo, 12 de febrero de 2012

LA PLAZA DE SAN LORENZO

ORTO Y OCASO DE LA SEMANA SANTA


Para los cabales de la tradición, dos hitos marcan cada año el comienzo y el fin de la Semana Santa de Sevilla: el besamanos del Gran Poder y la entrada de la Virgen de la Soledad; ambos acontecen en el mismo lugar de la ciudad: la plaza de San Lorenzo. Corazón de la Sevilla burguesa, antítesis de los tópicos bullangueros, San Lorenzo es la ciudad interior; la Sevilla más intrincada y difícil. También, tal vez, la más auténtica.










‘Cuando Vos salís, Señora / hay una tristeza unánime / en la plaza de las sombras’. Así la llama, definiéndola con la perspicacia de los poetas, José Manuel Benot en su poemario ‘Antigua y Sola’, publicado este año por Ediciones Signatura. Algo mueve a pensar que las sombras a las que alude el verso no son precisamente las de los plátanos de Indias que desde hace muchos años crecen en la plaza, sino las fantasmagóricas sombras de aquellos cuya presencia es constantemente invocada en este lugar por las numerosas lápidas que salpican las fachadas, compartiendo la cal y el ladrillo junto a vetustos azulejos que recuerdan inundaciones o las manzanas y cuarteles en que antiguamente estaba organizada de la ciudad.


Un somero recorrido a través de las calles que circundan o conducen a la plaza permite asomarse a los dos últimos siglos de historia de la ciudad a través de las biografías de todos los prohombres que alguna vez las habitaron y cuyas sombras han permanecido formando parte del escalofrío que provoca esta plaza, grave, solemne y, al mismo tiempo, encantadoramente provinciana. Porque aquí siguen, presentes, las sombras de Bécquer, de Romero Murube o de Montesinos por poner sólo tres ejemplos de sevillanos de San Lorenzo. Tres sevillanos indispensables, pero igual de alejados de los tópicos del sevillano al uso y abuso. Igual que se aleja de los tópicos este enclave absolutamente imprescindible para comprender la Sevilla más interior y auténtica, la ciudad más intrincada y difícil. Esa Sevilla que sólo cabe atisbarse a través de las cancelas, hasta que se es capaz, o se han hecho suficientes méritos, para acceder a ella.

La plaza de San Lorenzo está presidida por el edificio de la parroquia que le da nombre a la propia plaza y, por extensión, al barrio entero. Se trata de una iglesia originaria de la época mudéjar, pero enormemente transformada, fundamentalmente en los siglos XVIII y XIX. En la actualidad consta de cinco naves y una fachada-torre, erigida a sus pies, presidida por un reloj vinculado a una detectivesca leyenda sevillana. Aquella que narra la peripecia de un albañil que fue llevado con los ojos cerrados a una casa para realizar un ‘trabajo delicado y confidencial’. El trabajo consistía en tapiar una habitación donde iba a quedar encerrada una dama. Arrepentido, el albañil contó el hecho a la autoridad, pero dado que fue conducido a ciegas hasta la casa, no pudo dar más señas de su ubicación que la de haber oído un reloj dar los cuartos muy cerca. Los alguaciles dedujeron que se trataba del de San Lorenzo, pues era el único de la ciudad que daba los cuartos, y así pudieron dar con la casa, liberar a la mujer y detener al emparedador.


Junto a la parroquia de San Lorenzo, en una esquina de la plaza, se alza la basílica de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, que fue construida en 1965 siguiendo el proyecto de Antonio Delgado Roig y Alberto Balbontín, que, aunque dotado de una engañosa fachada barroca, se inspira en el Panteón de Agripa de Roma, imitando su planta circular e incluso la forma de la cubierta, en medio de la cual se abre el mismo hueco aunque, a diferencia del edificio romano, está protegido por una linterna que sólo deja pasar la luz, pero no el agua de la lluvia.
La Basílica del Gran Poder acoge todos los años el ritual inicial de la Semana Santa, representado por el besamanos del Señor, que arranca en la medianoche del sábado de pasión. Antes, el primero de enero, el quinario del Gran Poder –Deus ex machina- habrá activado el mecanismo del gran ceremonial de la ciudad, iniciando el rosario de cultos de las distintas hermandades que se prodigarán durante la cuaresma.

Si el besamanos del Señor fue el orto, el ocaso lo representa la entrada, en la medianoche del Sábado Santo, de la Virgen de la Soledad en la parroquia de San Lorenzo. Para los cabales, ahí termina la Semana Santa. Esa noche, al recogerse la cofradía, no se cierran las puertas de una iglesia, sino un capítulo de la historia personal de mucha gente. A partir de entonces, como dijo Peyré, ‘toda la ciudad girará en torno a no sé qué vacío de naufragio’.
A partir de ese instante, ‘mientras que tus hermanos se derraman, dispersos, por las calles del barrio’, alguien con una tiza escribirá los días que faltan para la próxima Semana Santa en las pizarras de muchos bares de la ciudad. Pero no en la bodeguita de San Lorenzo, donde esa misma tiza anunciará que faltan sólo 15 días para la Feria.


Se publicó en El Mundo de Andalucía el 24 de marzo de 2008


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